Hace un par de años uno de mis mentores pidió a todo el equipo de recursos humanos ( alguno de ellos, verdaderos fanáticos de Isaac Asimov ), hacer el siguiente ejercicio vountario: reflexionar entre nosotros como imaginábamos las relaciones laborales en 2030. Recuerdo que todo el equipo al unísono respondió como el humanoido Andrew Martin en el Hombre Bicentenario: “Uno se alegra de ser útil“.

Tras varias “destiladas” sesiones de afterwork en alguna que otra terraza chill out ( obviamente, escuchando buena música ), la hipótesis más trasgresora a la que llegamos fue la siguiente: “trabajaremos para pagar la hipoteca del robot que a su vez pague la hipoteca de nuestra casa; quién, además de las competencias propias de su ocupación, tenga el conocimiento para actualizar a su robot, al ahorrarse los costes de mantenimiento, podrá tener más robots, y por tanto, más propiedades”.
Han pasado los años. Ningun@ de los miembros del equipo tiene aún un robot y seguimos tirando de google para intentar entender el lenguaje del departamento de IT. Si bien aún hay tiempo, creo que en aquel ejercicio, obviamos alguna que otra fase previa. No sería descabellado pensar que, a medio – largo plazo, en un entorno más digital y/o automatizado, las plantillas serán más especializadas y reducidas. A mayor necesidad de cualificación técnica, el candidat@ tendrá más capacidad de elegir el proyecto, que no el trabajo, en dónde poder desarrollarse personal y profesionalmente. La atracción y retención de talento se convertiría en un eje aún más estratégico para cualquier empresa ( la pérdida de conocimiento trasnistoria podría dejarla fuera del mercado ). Posiblemente, se mercantilizarían las relaciones laborales a través de plataformas digitales, cobrando mayor fuerza los colegios profesionales. La negociación colectiva se mantendría, pero perdería fuerza en favor de acuerdos de colectivo y/o condiciones individuales.
Con este escenario plausive aunque lejano, creo que es clave intentar responder con suficiente antelación a la siguiente cuestión: ¿qué ocurriría si nuestro futuro jefe/a fuera como SkyNet, un “algorítmo” y/o Inteligencia Artifical en continuo autodesarrollo ( en adelante, IA )?. En el momento en que se delega en las máquinas la responsabilidad de fijar las reglas, la noción misma de ética se debiera convertir en objeto de escrutinio. En lugar de hablar de cómo aplicar la IA sin batallas jurídicas, tendría sentido retroceder y preguntarnos: ¿Nos llevará la introducción de la IA a un mundo más próspero y floreciente? ¿O servirá para promover un tipo de inteligencia que no persigue una experiencia laboral y vital de calidad?. Aunque las máquinas posean una memoria y una capacidad de procesamiento mayores, a priori, pudieran carecer de la empatía y bagaje histórico y cultural que constituye el contexto en el que se desarrolla el trabajo. Parece complicado que las máquinas, independientemente de las formas de inteligencia que quienes las gestionan les atribuyan, aprecien o puedan apreciar los aspectos cualitativos de la vida, ni tener en cuenta el contexto. Aunque, tal vez, estemos equipocados, y en palabras de Rob Zombie en su canción homenajea Blade Runner, lleguen a ser “más humanas que los propios humanos”:
En cualquier caso, y en último extremo, si aceptásemos que las máquinas pudieran llegar a ser tan humanas como los propios humanos, ¿ello no conllevaría eximir de responsabilidad de sus actos a quienes las desarrollaron?. De ser así, tendremos que tener muy presente las palabras de Rutger Hauer, en su papel del replicante Roy Batty, en Blade Runner: “Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad, cerca de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir.”